lunes, 23 de febrero de 2015

Las Salinas de Ulló (Vilaboa)

Después de unos días en Madrid en los que he dejado el blog un poco de lado, ya estoy de vuelta en Galicia. Si recordáis, un par de entradas más atrás, en mi crónica de la ruta en bici a las Salinas de Ulló os había prometido dedicarle un anexo más completo con el fin de poder mostraros mejor este precioso rincón situado en el interior de la ría de Vigo. Por este motivo, nada más llegar me puse la mochila, cogí la cámara de fotos y salí a sacar unas panorámicas. Espero que os gusten. 

Salinas de Ulló
Puesto que tenéis toda la información sobre la historia del lugar en la entrada anterior (podéis acceder haciendo click aquí) únicamente os recordaré que los orígenes de las Salinas de Ulló se remontan al reinado de Felipe IV en el siglo XVII, periodo en el que se aprovecha la ensenada para crear las salinas. Las salinas y las marismas de Vilaboa forman parte de una zona intermareal, que es el área que se encuentra por encima del agua durante la marea baja y bajo el agua durante la marea alta. Las salinas comenzaron a ser explotadas por el Colegio de Jesuitas de Pontevedra en 1694 y su uso llega hasta el siglo XX.

Salinas de Ulló. Al fondo a la derecha puede observarse el gran dique que encierra la bahía

viernes, 13 de febrero de 2015

De un mundo vacío a un mundo lleno. Primera parte: Introducción

Son las 17:30 horas de un viernes de febrero en Madrid. Por motivos familiares pasaré unos días en la capital del reino. Bajo una intensa luz de un invierno que se acerca a su fin, las barcas navegan bajo la atenta mirada de la estatua de Alfonso XII. El Parque del Retiro, inaugurado hace mas de cuatro siglos,—o eso reza una placa a su entrada—, es a esta hora el punto de reunión de estudiantes, jóvenes parejas, abuelos con sus nietos, músicos, pintores y demás artistas. Sentado en un banco escribo estas líneas acompañado de la banda sonora de los artistas callejeros y un coro de niños chillones. A pesar de que no son pocas las ocasiones en las que visito la ciudad que nunca duerme, todavía me cuesta acostumbrarme a su bullicio y su ritmo de vida ajetreado y frenético. Supongo que es lo normal en alguien como yo, acostumbrado a vivir en una pequeña ciudad como Pontevedra con sus apenas 90000 residentes. Ver tanta gente a mi alrededor siempre me empuja a divagar sobre la problemática de la superpoblación en el planeta. A esta hora, cuando apenas restan unos minutos para las 18:00 horas, somos aproximadamente 7.273.319.136 personas en La Tierra. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Rebobinemos en la historia. Estamos en el Paleolítico (una era que representa más del 99 % de la historia de la humanidad), en algún lugar de África entre hace 50.000 y 100.000 años. Como os podéis imaginar la vida es difícil: somos recolectores, carroñeros, unos pésimos cazadores y entre todos los de nuestra especie únicamente sumamos una cifra de aproximadamente 10.000 habitantes.

Faltan ya pocos años (desde la escala histórica) para que los primeros Homo sapiens que han abandonado África por el sur de Asia alcancen Europa. Con este panorama, es lógico que en esta época el número de seres humanos aumentara de forma muy tímida. La mayoría moría antes de cumplir su primer año, y la esperanza de vida en el mejor de los casos apenas llegaba a los 30 (lo cual es todo un éxito si tenemos en cuenta que se mantuvo así hasta principios del siglo XIX por increíble que parezca). No es hasta llegado el siglo XX cuando la esperanza de vida se dispara.

Migración humana

martes, 10 de febrero de 2015

Hacia las Salinas del Ulló de Vilaboa

Habían pasado años desde la última vez que estuve en las Salinas del Ulló de Vilaboa (un precioso ayuntamiento vecino de Pontevedra). La noche anterior había dormido bastante mal, así que cuando "terminé de despertarme en la bicicleta" estaba ya en el lago de Castiñeiras, lo que me llevó a recordar que todavía tengo una publicación pendiente sobre este sitio. Eran algo más de las 9 de la mañana de un domingo azul y frío en el que los primeros rayos del sol proyectaban las sombras recortadas de la vegetación (eucaliptos, abedules, castaños y cipreses principalmente) sobre las mansas aguas del lago.

Tomé una pista de tierra con la intención de bajar a la Ría de Vigo, en cuya parte más interior se encuentran las salinas a las que me dirigía. Una salina simplemente es un lugar donde se deja evaporar agua salada para que precipite la sal que esta contiene en disolución. El camino que me llevaba a mi objetivo discurría entre zonas de piedra suelta, algunas otras embarradas y muchos tramos cubiertos por una alfombra de restos de vegetación. 


viernes, 6 de febrero de 2015

Ruta de las Playas de Marín

Tenía muchas ganas de sentir el mar. Preparé la bici, salí de casa y puse rumbo a Marín, una pequeña villa marinera vecina de Pontevedra y con algunas de las mejores playas de las Rías Baixas. A los pocos minutos estaba pasando ya por el portalón de la Escuela Naval Militar, custiodado por dos soldados que presentaban batalla al intenso frío de estos días de febrero. Fundado en 1943, este recinto es el centro de formación para los futuros oficiales de la Armada Española. 

Buscaba el inicio de la Ruta de las Playas, un precioso recorrido que me llevaría por la costa durante una distancia aproximada de 8 kilómetros y medio (ida) desde la playa de Portocelo a la playa del Santo. Encontré su inicio en el aparcamiento de la playa de Portocelo, donde me detuve a tomar la siguiente fotografía. 

Playa de Portocelo
«Levé anclas» y continué mi recorrido. La siguiente parada era la playa de Mogor. Pensé que sería una gran idea pasar antes por el barrio marinero que lleva el mismo nombre para inmortalizar con mi cámara los famosos petroglifos que en él se encuentran, no sin antes detenerme en su fabuloso mirador, el cual nos ofrece una magnífica vista.

Playa de Mogor y Ría de Pontevedra desde la Barriada de Mogor

martes, 3 de febrero de 2015

De Pontevedra a las cascadas del río Barosa por el Camino de Santiago

Esta mañana me desperté animado. Existen lugares en el mundo tocados con una varita mágica, y el Parque Natural del Río Barosa es uno de ellos. Situado a escasos kilómetros de la ciudad de Pontevedra, constituye uno de los lugares de visita obligada en esta tierra. Hacia allí me dirigía. 

El reloj del cuentakilómetros todavía no marcaba las 9:00 cuando llegué a la ciudad del Lérez. Buscaba la ruta ancestral del Camino Portugués a Santiago, que sabía que me llevaría a mi destino. Me uní a ella tras pasar la Xunqueira de Alba, un humedal de 67 hectáreas que constituye un auténtico lujo y que fue el primer espacio de Galicia en ser declarado ENIL (Espacio Natural de Interés Local) y al que le dedicaré en unos días su propia entrada. 

Hace frío, es un domingo de invierno y las calles y caminos están todavía desiertos.  Dejo atrás la iglesia de Santa María de Alba construida en 1595 y testigo del paso de cientos de miles de peregrinos. Alcanzo la parroquia de Cerponzóns cuando el sol ha logrado vencer ya a la niebla y llego a uno de mis rincones preferidos, donde el camino se convierte en un sendero vestido con un manto de musgo, hiedras y hojas. 


Los pájaros, el crujir de las hojas bajo los neumáticos y los abundantes manantiales y arroyos que cruzan el camino y serpentean entre las numerosas frondosas —compuestas por carballos, castaños y eucaliptos— y que se dirigen hacia un pequeño riachuelo situado a mi izquierda, componen una banda sonora que hace de este lugar un paraje idílico.