viernes, 18 de diciembre de 2015

Por las inmediaciones del río Verdugo

En una de mis últimas entradas os mostraba el río Verdugo a su paso por la parroquia pontevedresa de Pontesampaio. En esta ocasión, también os mostraré el mismo río pero unos cuantos kilómetros aguas arriba, en el lugar de Abelaído (municipio de A Lama), así como uno de sus numerosos afluentes, el regueiro de Xesta Fermosa, un precioso arroyo de aguas cristalinas que desciende hacia este a través de un paisaje de fábula.

Hacia el río Verdugo

Todo comenzó muy temprano cuando salí de casa en busca de un lugar para realizar una pequeña excursión fotográfica. Lo encontré en A Lama, en un pueblecito llamado Abelaído. Dejé el coche (esta vez no tocaba bici) al borde de la carretera en lo alto del valle por el que discurría el Verdugo. 

Río Verdugo (A Lama)
Tras ello, bajé por un estrecho y empinado sendero que conducía a la parte baja de la vaguada y que esperaba que me llevase al caudal del río. La senda, que sin duda era fruto del paso de los animales salvajes, presentaba un estado lamentable: zonas de tierra suelta, raíces semejantes a serpientes que brotaban en algunos puntos del suelo y se hundían de nuevo en él a los pocos centímetros, desniveles de piedra húmeda y resbaladiza que se movían con el peso de mi cuerpo, sitios en los que la abundante vegetación dificultaba el paso... En definitiva, una suma de factores que ponían a prueba mi equilibrio y hacían la ruta algo más divertida.

 

Cuando salí de la selva de matorrales y silvas, el camino había mejorado, el curso del río estaba más cerca y en el interior de la hondonada únicamente resonaba el sonido producido por el viento al mecer las copas de los árboles (viejos Quercus robur en su mayoría) y el causado por las aguas del Verdugo en los numerosos saltos de agua que alcanzaba a vislumbrar.

Río Verdugo (A Lama)
Pasé por un viejo y cansado bosque de roble y castaños en el que el musgo se extendía por doquier y, tras ello, alcancé las cristalinas orillas del río. 


El lugar era magnífico. Entre enormes bloques de granito horadado, las aguas del Verdugo seguían su camino a través de una sucesión de tranquilos pozos y agitados rápidos. El caudal, inusualmente bajo para esta época del año, dejaba al descubierto numerosos cantos rodados de gran tamaño y alguna que otra marmita de gigante. Junto al cauce, los restos de antiguos molinos de grano luchaban por mantenerse en pie en una guerra contra el tiempo y las crecidas de las aguas. Cuando acabé de sacar las fotos había pasado un buen rato, pero todavía tenía ganas de más. 


Río Verdugo (A Lama)

Recordaba que durante el trayecto en coche el navegador me había indicado que en un punto muy cercano de donde estaba existía un pequeño arroyo conocido con el nombre de Xesta Fermosa. Saqué el móvil y lo confirmé: el regueiro de Xesta Fermosa estaba a poco más de medio kilómetro de mi posición. No sabía qué me encontraría, pero aun así valía la pena intentarlo. Presto me lancé en su búsqueda.



Tras los pasos del arroyo de Xesta Fermosa

El camino al arroyo simplemente no existía. Lo poco que avanzaba lo hacía la mayor parte del tiempo por los estrechos canales que Dios sabe cuándo habrían servido para conducir el agua a los restos de molinos con los que me topaba. El panorama no podía ser mejor. Por todos lados un antiquísimo y tupido bosque se abría a mi alrededor. El verde musgo lo dominaba todo y dorados rayos de sol, afilados como agujas, se colaban entre los escasos espacios abiertos al cielo azul.


Me equivocaba. El panorama sí podía ser mejor. Cuando alcancé el arroyo de Xesta Fermosa me sentí Francisco de Orellana descubriendo el Amazonas. El paraje era excepcional, casi virgen. El agua, una de las más cristalinas que había visto jamás fluía valle abajo entre la espesa masa de árboles y dibujaba brillos en aquellos puntos en los que la luz del sol era refractada. 

Regueiro de Xesta Fermosa (A Lama)

Regueiro de Xesta Fermosa (A Lama)
Seguí el curso del riachuelo aguas arriba. Cada lugar era mejor que el anterior. Tras ello, volví sobre mis pasos para buscar el punto en el que este vierte sus aguas en el Verdugo. Con algo de dificultad, logré encontrarlo unos pasos más abajo, poco después de una bella cascada de algo más de dos metros de altura en la que la lámina de agua dibujaba dos escalones.

Regueiro de Xesta Fermosa (A Lama)
Finalmente, me senté junto a los restos de un antiguo molino y, tras un breve descanso, retomé el camino de vuelta a casa.

Río Verdugo (A Lama)


domingo, 13 de diciembre de 2015

Hacia el castillo de Soutomaior

Partida hacia el castillo

Echaba de menos montar en bici. Por diversos motivos, hacía alguna que otra semana que no montaba. Era sábado y desperté temprano, todavía era de noche. Cuando me subí en la bicicleta, los primeros rayos de sol de un día despejado y frío de invierno acariciaban el rocío de las verdes hierbas. 

Me dirigía hacia el ayuntamiento de Soutomaior al encuentro de su bello y espectacular castillo, que distaba poco más de 20 kilómetros. Las calles estaban muertas, la única señal de vida era la delgada y clara capa de sal que cubría el asfalto y sobre la cual mi bicicleta dibujaba un pequeño surco a su paso. Rápidamente llegué a Pontevedra. La urbe estaba tan dormida como el rural. Dejé atrás la ciudad y tome el Camino de Santiago en un punto cercano a la estación de tren, en cuyos andenes vomitaba humo un viejo convoy de mercancías. Siguiendo el camino al revés, este me llevaría hasta Pontesampaio. Desde ahí al castillo sería un paseo.

El trayecto a Pontesampaio discurría en su mayoría por bellos y estrechos senderos de tierra totalmente tupidos de hojas secas. En algunos puntos de este, los haces de luz del sol se colaban entre la espesura del bosque y la niebla reinante, golpeando la alfombra de hojas de otoño y dando al lugar un aspecto mágico. 


En otros puntos, la senda tomaba el aspecto de un adoquinado pedregoso que me obligaba a poner a prueba a mi destreza y que desembocaba junto a las marismas de Paredes. 


Continué la marcha y ¡crack!, alcancé a oír el ruido del cambio de marchas trasero en el momento en el que se rompió. La cadena se había quedado en el piñón trasero más pequeño y únicamente podía usar la marcha más dura de la bicicleta. Decidí continuar: estaba demasiado cerca como para volver atrás. Sin duda, el paseo al castillo no sería tan sencillo como tenía previsto.

A los pocos minutos llegué a la bella parroquia de Santa María de Pontesampaio, que marca el fin del ayuntamiento de Pontevedra en su zona sur (no siempre fue así, pues hasta mediados del siglo pasado era un municipio independiente compuesto por Pontesampaio y la Canicouva). Su nombre se debe al puente que une la antigua provincia de Tuy con Arcade, el cual fue escenario de la conocida como batalla de Pontesampaio, una contienda decisiva en la guerra de la Independencia española.

Puente de Pontesampaio (Pontesampaio)
Crucé el puente medieval de diez ojos que se alzaba sobre las cristalinas aguas del río Verdugo tratando de imaginar aquel 7 y 8 junio de 1809 en el que un ejército formado fundamentalmente por hombres y mujeres de milicias populares al mando del coronel Pablo Morillo ("el León de Sampaio") logró evitar, tras destruir dos arcos del puente, que algo más de 10.000 soldados franceses cruzaran el río Verdugo y conquistaran el norte de la península. 

Puente de Pontesampaio (Pontesampaio)
Había llegado ya al municipio de Soutomaior, en la parroquia de Arcade, tan conocida en todo el mundo por sus afamadas ostras. Desde allí, emprendí la subida al castillo, situado a algo más de cuatro kilómetros. La subida no era muy dura, pero el no poder cambiar de plato la complicaba y me obligaba a apretar los dientes. A pesar de ello, las preciosas vistas compensaban sobradamente el sufrimiento. Finalmente, pedalada tras pedalada y curva tras curva logré conquistar el castillo.

Al fondo puede verse la silueta del castillo de Soutomaior
Castillo de Soutomaior (Soutomaior)
El castillo

Eran poco más de las 10:00 horas cuando dejé la bici y atravesé las murallas del castillo de Soutomaior. Ante mí, tan majestuoso como siempre se alzaba el fantástico conjunto arquitectónico mitad fortaleza medieval, mitad palacio neogótico del siglo XIX. Paseé por sus jardines. En el ambiente únicamente resonaba el cantar de los pájaros y el murmullo de las aguas de las numerosas fuentes y estanques que en ellos había. Los árboles eran extraordinarios: antiguas araucarias, gigantescas secuoyas, enormes coníferas que cubrían el suelo con sus agujas, esbeltos cipreses... 

Castillo de Soutomaior (Soutomaior)
Pero si algo destacaba en el lugar eran sin lugar a duda las camelias. Allí pude contemplar algunos de los ejemplares de Camelia japonica más antiguos de Galicia, así como algunos otros procedentes de viveros de distintas partes del mundo como Francia, California o Nueva Zelanda. En total, más de medio millar de individuos que han conseguido que en el año 2012 estos jardines hayan sido declarados como el primer jardín de España y el séptimo de Europa en ser reconocido como Jardín de Excelencia Internacional por la Sociedad Internacional de la Camelia.

Castillo de Soutomaior (Soutomaior)


Castillo de Soutomaior (Soutomaior)





Tras deleitarme con sus exteriores, decidí cruzar el puente sobre el foso para acceder al interior del castillo. En su interior uno puede realizar un fantástico recorrido a través de su historia. Así es como descubrí que el origen del castillo (siglo XII) está vinculado con la figura de Paio Méndez Sorrede y que fue evolucionando en los siglos posteriores para dar lugar a la estructura que vemos actualmente: dos torres unidas por un edificio habitable y un patio de armas, todo ello rodeado por una doble muralla. Asimismo, me enteré de que su estratégico emplazamiento no se debe a su altura (119 metros sobre el nivel del mar) ni a su inaccesibilidad, sino a las ventajas que le ofrecía ante posibles invasiones realizadas por mar el hecho de encontrarse escondida, a su capacidad para señorear las tierras de su feudo y controlar las comunicaciones de sur a norte de la provincia, y a la abundante disponibilidad de agua.