domingo, 5 de abril de 2015

Vilvestre: En el corazón de las Arribes

Vilvestre (Arribes del Duero)
Podría comenzar esta entrada de la manera típica: nombre del sitio, descripción del lugar, algo de historia aderezada con pinceladas de poesía y unos cuantos datos sacados de Internet. Pero aquí, descansando a las orillas del río Duero eso sería poco menos que un sacrilegio.

Estoy en Vilvestre, un pequeño pueblo salmantino en pleno corazón de las Arribes del Duero. Desde mi posición, sentado en una gran losa de pizarra negra que hace las veces de banco, puedo adivinar el lugar en el que se encuentra el conocido como Balcón de las Arribes, un rincón en el que se ubica la ermita de la Virgen del Castillo, una pequeña capilla del siglo XVIII que se alza orgullosa en lo alto de un cerro, dejándonos al Duero y a mí a sus pies.

Vista del río Duero desde Vilvestre (El río marca la frontera entre España y Portugal)
Embarcadero de Vilvestre "La Barca"
Aquí, en la zona donde el río se convierte en lago (tal como rezan los carteles de la pequeña y acogedora caseta de información situada cerca de la plaza del pueblo) uno no puede más que sentirse parte de esta tierra. Una tierra para admirar y respetar que ahora, en el momento en que el día se aproxima a su fin y el telón de la noche esta por caer, regala un último espectáculo: Los rayos de un sol que oculta su brillante y anaranjado rostro tras las montañas portuguesas acarician las hojas de los almendros, olivos, cactus y demás vegetación que pueblan las laderas españolas a la vez que dibujan brillantes estrellas sobre las mansas y limpias aguas del Duero convertidas ahora en un manto de purpurina celestial.

Vilvestre y sus alrededores
Molino de la Luisa (Vilvestre)
Pero la belleza de este rincón del que hace apenas un año no conocía su existencia no reside únicamente en su paisaje. Su luz, sus muros de pizarra, sus caminos, su aromática brisa que asciende desde lo profundo del valle en que me encuentro y, sobre todo, sus gentes, hacen de
esta villa de apenas 400 habitantes un lugar especial. Unas gentes abiertas y amables que se muestran orgullosas de esta pequeña porción de planeta que les vio crecer y que hacen al forastero sentirse como en su casa, tal como yo me sentí en el verano de 2014.

Vista de Vilvestre (A la izquierda podemos ver el palomar)
Alrededores de Vilvestre (Camino a Mieza)
Ganado pastando en los verdes prados de Vilvestre
Y es que en Vilvestre la vida todavía se vive. Una vida que no se cuenta en segundos sino en momentos. Una vida donde los niños juegan a ser niños y en la que los abuelos continúan teniendo alma de niño a pesar de que el paso del tiempo no perdone y haga mella en sus envoltorios de piel. En el espejo de sus ojos todavía se puede ver reflejada la dureza de tiempos pasados en los que la agricultura y la ganadería eran el principal sustento. Motores que continúan hoy en día. Y es que Vilvestre también es sabor: sus deliciosas naranjas, verdes aceitunas, crujientes almendras, sabrosos quesos y un sinfín de manjares son el resultado de la tradición, la luz, el aire, la tierra, el agua y el sol de este vergel. En ellos está también el alma de esta tierra. Una tierra en la que ya domina la luna llena mientras escribo estas últimas líneas. Un mágico rincón para perderse y que espero mostraros a fondo este verano.

Alrededores de Vilvestre
Atardecer sobre el río Duero desde el Balcón de las Arribes (Vilvestre)




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