domingo, 19 de abril de 2015

Un paseo por el Pazo de Lourizán

Hoy voy a hablaros de un lugar mágico. Un tesoro que se oculta tras un antiquísimo y enorme portalón verde. Un portalón que es reflejo de un tiempo de esplendor ya pasado y que guarda uno de los pocos lugares que han mantenido su esencia a pesar del paso del tiempo. Cuando uno cruza sus puertas y es recibido por una suave y aromática alfombra tejida por miles de pétalos de blancas y rosas camelias, sabe que no está en otro lugar más. Y es que el Pazo de Lourizán o Finca de Montero Ríos es uno de esos lugares tocado con una varita. Situado en la parroquia pontevedresa de Lourizán es un lugar de visita obligada que cuenta con una belleza excepcional imposible de describir en palabras. A pesar de ello acepto el reto y te invito a dar un paseo por sus jardines. ¿Me acompañas?

Cruzamos el portalón y avanzamos ahora por una sinuosa pista de asfalto. Desde este momento uno siente ya que el espíritu de la naturaleza está presente en todas y cada una de las 45 hectáreas que posee la finca. El ruido de la carretera y de esa cicatriz llamada Ence desaparece dando paso a los cantos de los pájaros y el mecer de las hojas verdes de primavera. Los rayos de sol atraviesan las copas de los árboles, iluminando trozos de suelo cubiertos de pétalos pertenecientes a las decenas de camelias que discurren por nuestra izquierda. A pocos metros, a mano derecha, aparece la Fuente de La Concha, una preciosa fuente del siglo XVIII de la cual se desliza delicadamente una pequeña cascada de agua. Esta no es la única de las fuentes que nos encontraremos en nuestro paseo. Unos pasos después llegamos a la Fuente de los Tornos, que data del siglo XVIII y está situada al lado de un bonito lavadero.



Continuamos caminando ahora escoltados por unos magníficos ejemplares de palmera canaria y azules hortensias por un pequeño sendero de arena. Al fondo, un manto de pétalos rosas cubre unas bonitas escaleras de piedra con pasamanos que conducen a la gruta o fuente de los espejos. Introducirse en su interior es una sensación única. Los espejos a nuestro alrededor y los vidrios de colores del techo hacen juegos de luces y nos trasladan al otro lado de un prisma óptico. Salimos de la gruta y continuamos subiendo más escaleras. Sobre nuestras cabezas reinan las copas de los enormes magnolios que salen disparados como flechas hacia cielo. Los dejamos atrás y de pronto nos trasladamos a otra época:

 

Ante nosotros se alza un enorme palacio modernista de clara influencia francesa. Diseñado por Genaro de la Fuente, data del siglo XIX y fue adquirido por Eugenio Montero Ríos, un político y jurista español que llegó a ser presidente del gobierno durante el reinado de Alfonso XIII. El inmueble es majestuoso: frente a nuestros ojos se alzan unas inmensas escaleras imperiales que nos conducen a la puerta principal, situada en la segunda planta. La fachada de piedra clara se viste de grandes vidrieras sobre las que se refleja el cielo azul.


En lo alto, bajo la cubierta de pizarra que luce el tejado, las agujas de un reloj congelado marcan las diez y cuarto. Los segundos parecen haberse detenido. Numerosas estatuas de mármol, vestigios de tiempos pasados, pueblan los alrededores de un palacio que ahora se resiste a dejar atrás su pasado, un pasado en el que era una de las mecas de la política española. En sus salones se negoció el Tratado de París, en el que España perdió sus últimas colonias. ¿Qué secretos ocultan sus paredes? ¿De qué historias habrá sido sido testigo el colosal Cedro del Líbano que monta guardia en la fachada principal de la residencia desde hace casi siglo y medio?


Unas pequeñas escaleras situadas en la parte derecha nos conducen a un pequeño camino de tierra que discurre bajo una parra aún por brotar. El tiempo vuelve a fluir. A mano derecha, una pequeña cancilla oxidada guarda una enorme mesa de granito. Nos sentamos en ella. La piedra esta fría y húmeda. 6 metros de losa... y nosotros somos sus únicos "comensales". Rápidamente nos damos cuenta de que algo falla. Nuestras rodillas tropiezan con la parte inferior de la misma, lo que resulta incómodo y no invita a quedarse sentado mucho tiempo. Recuerdo que alguien me dijo alguna vez que la pieza fue traída desde la isla de Tambo por un carro de bueyes, y que la razón de que sea tan baja es que Montero Ríos también lo era. Bajo de estatura pero de gran inteligencia, hacía de esto una ventaja, ya que en esta mesa negociaba muchos tratados alargando las reuniones hasta obtener la firma de sus invitados, que acababan agotados por la incomodidad de la misma.


Dejamos atrás este bello rincón y continuamos nuestros pasos. De repente el sol se oculta y la temperatura desciende. El bosque literalmente nos engulle, el susurro de las hojas únicamente se ve alterado por el crujir de las mismas bajo nuestros pies. Avanzamos sigilosamente entre los enormes ejemplares de Castanea crenata. En algunos puntos, pequeños bancos de niebla brotan como espectros. Dorados rayos de sol los atraviesan y golpean el majestuoso suelo plagado de vegetación. El bosque está vivo, y somos testigos de una batalla entre el Reino de las Nieblas y el de la Luz. A nuestra derecha, como un gigante al que no habíamos visto antes, aparece un enorme ejemplar de Sequoia sempervirens. Las ramas de su tronco, semejantes a lanzas clavadas en alguna antigua batalla, brotan en ángulo recto hacia una copa que se alza más allá de lo que nuestra vista alcanza.


El murmullo del agua nos saca del asombro. Como una melodía que surge de ninguna parte, nos dirigimos buscando su procedencia hasta llegar a un precioso estanque en el que una pequeña cascada vierte sus aguas de color esmeralda. La superficie en calma se asemeja a un espejo en el que el cielo verde y nosotros mismos aparecemos reflejados. Nuestra imaginación ya vuela, si este lugar es mágico sin duda aquí es donde viven las ninfas. Continuamos nuestros pasos: a nuestra izquierda las ruinas de dos pequeñas casitas dan cuenta del paso del tiempo, y a nuestra derecha un pequeño caudal de agua discurre como una serpiente entre los árboles dibujando bonitos meandros, para acabar muriendo en el pequeño estanque que hemos dejado atrás. Las ramas de los enormes y viejos ejemplares de araucaria a nuestro alrededor simulan algas flotando en lo profundo de las aguas en una lucha por alcanzar la luz. Como guardianes de un bosque sagrado los nudos de sus troncos son ojos observando nuestros pasos. Y si este es un lugar sagrado, lo que ahora tenemos ante nuestros ojos es sin duda la catedral. A lo lejos, una preciosa cascada oculta desciende desde lo alto de una cueva, creando una imagen bohemia.


Nos adentramos en la gruta y, desde la oscuridad de su interior, el torrente todavía resulta más bello. A través de la masa de agua, la realidad del exterior se nos presenta ahora como una imagen distorsionada en lo que sin duda es una visión extraordinaria. Ascendemos ahora por el interior de la caverna y llegamos a la parte superior, que nos conduce a una pequeña pista de asfalto y de vuelta a la realidad.


Siguiéndola, regresamos nuevamente al palacio, pero esta vez a su parte trasera. Merece la pena detenerse a observar la vegetación a ambos márgenes: pino canario, roble americano, castaños, alisos, aligustres, liquidambar, pitosporos y cedros son solo alguno de los ejemplares que podemos encontrar aquí y que convierten a este lugar en uno de los arboretos de referencia en Europa.

Finalmente, tras dejar atrás una pequeña estación meteorológica, ante nuestros ojos brota un larguísimo y bonito hórreo de finales del siglo XVIII que cuenta con ocho pares de pies.


Continuamos nuestro camino pasando ahora al lado de un colorido edificio que en la actualidad alberga el Centro de Investigación e Información Ambiental de Lourizán y llegamos ahora a otro de los puntos importantes de este paseo: un impresionante invernadero de cristal se alza ante nosotros. De diseño modernista es una increíble obra de ingeniería humana con un cuerpo de cristal resplandeciente y blanco metal. Ante su puerta, un gran ejemplar de Wisteria sinensis cuelga sus pétalos, que simulan gotas lluvia e impregnan de esencia el lugar.


En el ambiente resuena el croar de las ranas que habitan un pequeño estanque plagado de nenúfares en el que dos peces a modo de fuente vierten un pequeño hilo de agua. A nuestra izquierda, en lo alto de una ladera, los cristales de la biblioteca de la escuela de capataces forestales reflejan la vegetación que se encuentra al otro lado del valle en el que nos situamos.

Seguimos bajando, y tras pasar bajo las ramas de un enorme ejemplar de Araucaria heterophylla que nos transporta a los bosques chilenos, nos desviamos para acceder al "Parque de las Autonomías". Creado en 1993 con motivo del primer Congreso Forestal Español-Lourizán, recoge una especie representativa de cada una de las distintas comunidades autónomas españolas. Al final de esta "pasarela de modelos", pequeños pájaros descansan sobre un humilde palomar con forma de corona, de la misma forma en que ya lo hicieron sus antepasados y los antepasados de sus antepasados... Y no es para menos. El viejo palomar yace ahí desde los tiempos en que los que el lugar era una granja, allá por el siglo XV, y observa una ría de Pontevedra que para desgracia de todos luce ahora menos bella que nunca. Volvemos sobre nuestros pasos y continuamos el paseo.


Dejamos a nuestra derecha un bonito jardín habitado por la estatua de una Diana cazadora huérfana de arco por los estragos del tiempo, y volvemos a pasar por delante de la fachada del palacio, que resulta tan espectacular como la primera vez.


Nos dirigimos a la salida, pero esta vez no volvemos por las escaleras que conducen a la fuente de los espejos, sino por la calzada que accede a la cara principal del edificio por su parte derecha. El lugar todavía guarda un último regalo: las ruinas de un viejo molino luchan por mantenerse con vida. A su lado, una cascada de aguas cristalinas proyecta miles de diminutas gotas de agua que brillan como diamantes.


Frente al molino, un majestuoso ejemplar de Metasequoia glyptostroboides se alza orgulloso. Esta especie, que ya servía de alimento a los dinosaurios, tiene una historia digna de contar: Este árbol se creía extinto desde hacía millones de años hasta que un buen día un naturalista encontró un individuo junto a un monasterio situado en lo más profundo de un aislado valle chino. Los monjes se habían afanado por mantener su legado. Posteriores expediciones encontrarían pequeñas poblaciones que habían sido capaces de mantenerse a salvo de la extinción. Estos exploradores recogieron algunas semillas que fueron enviadas a jardines botánicos de todo el mundo. Fruto de aquellas primeras semillas es el ejemplar que ahora contemplamos. Hoy, nosotros somos esos monjes, y esta maravillosa finca nuestro legado.


Como habitantes que somos de esta tierra tenemos el derecho de disfrutarla, pero también el deber de conservarla y protegerla para que las presentes y futuras generaciones puedan disfrutarla como tú (espero) y yo lo hemos hecho con esta entrada.



4 comentarios:

  1. Preciosa descripción y precioso el Pazo de Lourizán para los que hemos tenido la suerte de conocerlo.

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    1. ¡Mil gracias! Es un sitio maravilloso del que sin duda publicaré más entradas en el futuro. ;)

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  2. Estupenda información,muy detallada.Invita a pasarse por el lugar.
    Muchas gracias.

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