miércoles, 13 de enero de 2016

Centro BTT de Aldeadávila. Ruta 8: Gran Ruta BTT

Partida de Aldeadávila

El aroma a pan recién hecho inundaba la pequeña plaza situada junto al centro BTT de Aldeadávila de la Ribera. Era temprano, razón por la cual el lugar estaba completamente desierto en esa mañana de verano. Con sus más de 70 kilómetros, el trayecto que me disponía a hacer era el más largo de todos cuantos formaban la red de rutas BTT del oeste salmantino.

Centro BTT de Aldeadávila de la Ribera
Ya estaba listo, así que me puse el casco, ajusté la mochila, introduje las calas en el pedal de la bicicleta e inicié la marcha bajo la atenta mirada de la estatua del cabrero que se alza en lo alto del monumento que se erige en la plaza.

Por una de las numerosas callejuelas me alejé del pueblo rápidamente. La estampa era bonita: era una mañana de esas de cielo azul y enormes nubes blancas. A ambos lados de la pista de tierra por la que circulaba, el ganado descansaba apelotonado bajo los viejos ejemplares de encina, olivo y nogal. En otros puntos, la vid, de un verde muy intenso, destacaba entre el dorado pasto que se abría hacia el infinito. Al frente, en la lejanía, podía intuir el valle por el que discurría el Duero, y más allá, las tierras portuguesas.


Pedaleé a través de incontables subidas y bajadas que me llevaron a pasar por numerosos bancales, prados y viñedos. 


No tardé mucho en encontrar una señal que indicaba que estaba cerca de mi primera parada: el Picón de Felipe. Para llegar a él tuve que pasar al otro lado de un rústico portal construido a partir de algunos troncos clavados entre sí. Tras el portal me esperaba un estrecho sendero de piedra suelta e innumerables saltos.

Llegando al Picón de Felipe (Aldeadávila de la Ribera)

El Picón de Felipe

El Picón de Felipe (Aldeadávila de la Ribera)
Estaba ya en el Picón de Felipe. Con cuidado, dejé la bici a un lado y me asomé al mirador. El paisaje era inmejorable. A mis pies, entre enormes y afilados farallones, las aguas azules del Duero descansaban tras la presa de Aldeadávila, que lejos de ensuciar la panorámica la hacía aún más impresionante. Por todos lados, las águilas surcaban el cielo, dibujando trayectorias imposibles, y se posaban en los distintos nidos que colgaban de las gigantescas paredes de piedra. Sin duda, tal como descubrí allí, estaba ante un lugar de leyenda y con leyenda. Un rincón mágico, maravilloso e inolvidable que prometo mostraros con detenimiento en otra ocasión.

El Picón de Felipe (Aldeadávila de la Ribera)
Abandoné el Picón de Felipe por una empinada pista, similar a una antigua calzada romana. Para cuando lo logré, llevaba poco más de una hora sobre la bicicleta y el calor de agosto empezaba a hacerse sentir.


Durante un rato, circulé bajo unas gigantescas líneas de alta tensión procedentes de la subestación de Aldeadávila (estaba muy próximo al Poblado de la Verde, un bello lugar al que ya he dedicado una entrada anterior). 


Continué mi trayecto. Junto a un abrevadero, el camino abandonaba la pista por una especie de sendero a la izquierda. Una delgada línea de tierra que discurría entre matorrales, encinas y algún que otro olivo era lo único que tenía para guiarme. Lo recorrí a toda velocidad. Para cuando volví a la pista, llevaba realizados algo más de 17 kilómetros. 


La ruta era ahora menos empinada, y los senderos estaban en buen estado, por lo que no tardé demasiado en distinguir el municipio de La Zarza de Pumareda en la distancia. Un bello lugar que visitaría más tarde. Antes tenía que hacer parada en la preciosa Mieza.


En Mieza

Junto a la cruz en Mieza
Llegué a Mieza por su parte noreste, a través de una pista de tierra con una gran cruz de piedra. Recorrí sus calles, estrechas e inundadas de flores (el aroma de Mieza es sin duda perfume de flores), y finalmente me detuve en la zona de descanso del centro BTT, situada junto a la plaza. La plazoleta estaba bastante animada. Algunos niños jugaban en las escaleras de la iglesia del pueblo, un bonito edificio con un campanario de tres campanas situado junto al ayuntamiento. Frente a la iglesia, otro grupo de niños correteaba en torno a una fuente, situada al lado de un lavadero cuidadosamente pintado.

 

En Mieza existen dos de los sitios de visita obligada de las Arribes del Duero: el Mirador de la Code y La Peña del Águila. Ambos lugares ofrecen unas de las mejores vistas de toda la zona, y son, a su vez, dos de las variantes de esta gran ruta BTT (espero publicar ambas en las próximas entradas).


Tras el bocata, me subí a la bici de nuevo y continué dando pedales. La ruta partía desde la plaza y se dirigía a la zona de El Carrascal, un hermoso paraje con multitud de alcornoques y enormes rocas de granito. La paz era absoluta, y a pesar del bochorno que precede a la tormenta (lo último que necesitaba) disfruté mucho de lugar.


Posteriormente, el trayecto giraba para volver de nuevo hacia las inmediaciones de Mieza, aunque esta vez por otro sitio, y de allí partía en dirección hacia La Zarza de Pumareda. Llevaba ya algo más de 40 kilómetros. Aunque de escasa dificultad en lo técnico, el camino hacia La Zarza me supuso algún que otro quebradero de cabeza, debido a que en algunas señales de ruta faltaban las indicaciones del trayecto a seguir. En algunas, el cartelito de la flecha estaba tirado en el suelo (quizás se hubiese despegado); en otras, no aparecía por ningún lado. Afortunadamente, con la ayuda (un poco) del GPS y (un mucho) de la intuición conseguí llegar a La Zarza de Pumareda.


La Zarza de Pumareda


Fuente (La Zarza de Pumareda)
Cuando llegué a La Zarza de Pumareda, el pueblo vestía sus mejores galas de fiesta. Pequeñas banderitas de infinidad de colores decoraban una plaza en la que se arremolinaba una buena parte de sus aproximadamente 120 habitantes. El pueblo se había echado a la calle, y de los balcones de un edificio que supuse que sería el ayuntamiento colgaban enormes banderas de las distintas peñas. El ambiente que se respiraba era estupendo; sin embargo, todavía quedaba mucho trayecto por recorrer, así que, tras una foto a la iglesia de San Lorenzo y otra a una fuente cercana, proseguí mi camino, dejando el bullicio a mis espaldas. Próximo destino: Masueco.

Iglesia de San Lorenzo (La Zarza de Pumareda)
El camino hacia Masueco se desarrolló, en su mayoría, a través de zonas de ganado y abundantes robledales. Sin duda, la cercanía del río Uces contribuía a ello y llenaba de vida al lugar. En algún punto, podría decirse que incluso la llenaba de demasiada vida, ya que durante un buen tramo tuve que abrirme paso entre una selva de silvas y espigas que me causaron algún que otro arañazo.



Abrevadero (alrededores de Masueco de la Ribera)
En Masueco de la Ribera

Finalmente alcancé Masueco de la Ribera. Para cuando lo hice, el ciclocomputador marcaba algo más de 60 kilómetros, y el cielo que antes había sido azul claro se tornaba ahora gris oscuro, lo cual, sumado a la fuerte brisa que empezaba a levantarse, no presagiaba nada bueno. Sabía que a la ruta le quedaban pocos kilómetros, pero estos serían sin duda los más difíciles, así que hice una última parada para comer algo y recuperar fuerzas.


Masueco de la Ribera es, sin duda, uno de los municipios más relevantes de la zona. Entre sus recursos naturales, casi siempre influenciados por el río Uces, encontramos uno de los más impresionantes de todo el lugar: el Pozo de los Humos. Una increíble cascada de más de 50 metros enclavada en una zona sin parangón. Pero Masueco es también cultura y patrimonio: su centro urbano está plagado de multitud de joyas arquitectónicas, como la iglesia parroquial de San Nicolás, la ermita del Humilladero, el Seminario Viejo o la Casa del Veterinario. Desgraciadamente, yo debía seguir adelante, así que tras un breve respiro atravesé el núcleo urbano y proseguí mi camino.

Sendas de Masueco

Pedaleé por un sinfín de verdes valles próximos al punto en el que el Uces desemboca en el Duero. El viento era fortísimo. El camino de tierra y piedra suelta ascendía y descendía continuamente a lo largo de un paisaje espectacular que en algunos puntos me brindaba la posibilidad de contemplar las aguas del bello río.

Valles en los alrededores de Masueco (entre ellos discurre el Uces y el Duero)
El río Duero
Finalmente volví al asfalto. Bajé rápidamente por la carretera hasta una zona muy próxima a la playa del Rostro, un tesoro de blanca arena, escarpados despeñaderos y aguas mansas. Un espejo natural que os mostraré en otra ocasión. Faltaba poco. Remonté el valle por largas y pronunciadas pendientes entre enormes plantaciones de olivo.


Por fin, como una aguja alzándose al cielo, pude distinguir en el horizonte la torre de la iglesia parroquial de San Salvador. Era la señal de que había llegado de nuevo a Aldeadávila y al término de la ruta. Ya solo quedaba adentrarme en sus calles (ahora sí estaban atestadas de gente) y recorrer el bello municipio de una tierra bautizada por Miguel de Unamuno como «El corazón de las Arribes».

Llegando a Aldeadávila de la Ribera


 Información de la ruta: Centro BTT de Aldeadávila 

Información sobre la ruta. Fuente: Centro BTT de Aldeadávila
Perfil de la ruta. Fuente: Centro BTT de Aldeadávila
Mapa de la ruta. Fuente: Centro BTT de Aldeadávila


2 comentarios:

  1. Lo cuentas tan bien y con esos toques poéticos e ilustrados que es como si estuviésemos haciendo la ruta contigo, mucho más si conocemos esta incomparable zona. ¡Enhorabuena!

    ResponderEliminar