martes, 3 de febrero de 2015

De Pontevedra a las cascadas del río Barosa por el Camino de Santiago

Esta mañana me desperté animado. Existen lugares en el mundo tocados con una varita mágica, y el Parque Natural del Río Barosa es uno de ellos. Situado a escasos kilómetros de la ciudad de Pontevedra, constituye uno de los lugares de visita obligada en esta tierra. Hacia allí me dirigía. 

El reloj del cuentakilómetros todavía no marcaba las 9:00 cuando llegué a la ciudad del Lérez. Buscaba la ruta ancestral del Camino Portugués a Santiago, que sabía que me llevaría a mi destino. Me uní a ella tras pasar la Xunqueira de Alba, un humedal de 67 hectáreas que constituye un auténtico lujo y que fue el primer espacio de Galicia en ser declarado ENIL (Espacio Natural de Interés Local) y al que le dedicaré en unos días su propia entrada. 

Hace frío, es un domingo de invierno y las calles y caminos están todavía desiertos.  Dejo atrás la iglesia de Santa María de Alba construida en 1595 y testigo del paso de cientos de miles de peregrinos. Alcanzo la parroquia de Cerponzóns cuando el sol ha logrado vencer ya a la niebla y llego a uno de mis rincones preferidos, donde el camino se convierte en un sendero vestido con un manto de musgo, hiedras y hojas. 


Los pájaros, el crujir de las hojas bajo los neumáticos y los abundantes manantiales y arroyos que cruzan el camino y serpentean entre las numerosas frondosas —compuestas por carballos, castaños y eucaliptos— y que se dirigen hacia un pequeño riachuelo situado a mi izquierda, componen una banda sonora que hace de este lugar un paraje idílico.





Continúo unos cuantos kilómetros y atravieso un pequeño puente formado por grandes losas de piedras que salva un diminuto riachuelo. Me digo a mí mismo que a la vuelta lo cruzaré con la bici. Mientras lo hago, un estruendoso ruido rompe la placidez reinante. Prosigo la ruta preguntándome qué será y unos pocos metros más adelante encuentro la respuesta: una señal me advierte de la proximidad de un paso a nivel en la zona. Mientras me alejo de la zona y llego a San Amaro (ya en el ayuntamiento de Barro), no puedo dejar de pensar en que este dibuja una fea cicatriz en un sitio tan precioso.


Alterno zonas de asfalto y tierra siguiendo las numerosas flechas amarillas que indican la dirección a la plaza del Obradoiro. Es imposible perderse. Encima de muchos de los mojones en los que aparece reflejada la vieira (conocida aquí como la concha de Santiago) observo montoncitos de piedras. Recuerdo que alguien me había dicho una vez que se conocían como «milladoiros», que eran dejados por los peregrinos que pasaban y que existen algunos formados por miles y miles de piedras que alcanzan un gran tamaño. 



Mientras pienso en esto siento envidia de los peregrinos que dejo atrás en este paseo. Ellos ya están muy cerca de su meta y yo de la mía. Cruzo el Rego do Areal, bastante crecido por las intensas lluvias de los últimos días, y entro en los últimos 50 kilómetros del camino de Santiago, que además constituyen los últimos metros del mío. Ya solo me queda cruzar la N-550 para llegar al Parque Natural del Río Barosa, un regalo de la naturaleza donde poder relajarse y disfrutar antes de emprender el camino de vuelta a casa.




Mapa de ruta y perfil longitudinal. Como indica el gráfico es una ruta corta y muy factible
Esta foto de la vuelta me encanta
Así se quedó la bici
PD: En una próxima entrada os hablaré más extensamente de este maravilloso sitio. Nada más, os dejo un pequeño vídeo de la vuelta.



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